Algunos días, como hoy, necesito soñar un rato. Soñar que tengo todo lo que quiero, incluso un trabajo que me motive todas las mañanas. Lo cierto, es que estamos en época de "vacas flacas" y ¿
no podemos tener todo lo que queremos? Por eso, esta mañana, mientras viajaba rumbo a una reunión de trabajo, que ni siquiera era en la ciudad en la que vivo, de repente sentí esa impetuosa necesidad de soñar.
Cogí mi mp3 y me dispuse a escuchar a Mozart... sí... exquisita música para disfrutar, soñar y viajar. Pero esa no es la cuestión, sino que escuchar a Mozart me recuerda automáticamente los libros del autoestopista galáctico y en especial el segundo de los cinco tomos de la trilogía.
El restaurante del fin del mundo, es un libro para soñar. Más de una vez os recomendé estos libros de
Douglas Adams y hoy lo hago una vez más. Quizá el saber que este señor fue también guionista de
Doctor Who en los años ochenta, os haga considerarlo. Por mi parte, que no sea por falta de insistencia. Aquí os dejo un extracto de este libro: leedlo y al final os contaré por qué he elegido esta parte. No tiene desperdicio...
"Un animal enorme se acercó a la mesa de Zaphod Beeblebrox, un cuadrúpedo gordo y carnoso de la especie bovina con grandes ojos acuosos, cuernos pequeños y lo que casi podía ser una sonrisa agradecida en los morros.
- Buenas noches -dijo con voz profunda, sentándose pesadamente sobre la grupa-. Soy el plato fuerte del Plato del Día ¿Puedo llamar su atención sobre alguna parte de mi cuerpo?
Mugió y gorjeó un poco, movió los cuartos traseros para colocarse en una postura más cómoda y les miró pacíficamente. Arthur y Trillian recibieron su mirada con asombro y estupefacción. Ford Prefect alzó los hombros, resignado; Zaphod Beeblebrox clavó los ojos en la vaca con hambre canina.
- ¿Algo del cuarto delantero, tal vez? -sugirió el animal-. ¿Dorado a fuego lento con salsa de vino blanco?
- Humm... ¿de tu cuarto delantero? -dijo Arthur con un murmullo aterrorizado-.
- Naturalmente, señor; de mi cuarto delantero -contestó la vaca con un mugido de contento-. No puedo ofrecer el de nadie más.
Zaphod se puso en pie de un salto y empezó a examinar con la mano el cuarto delantero del animal.